miércoles, 4 de mayo de 2016

UNA PROBLEMÁTICA PARA REFLEXIONAR



Una problemática para reflexionar
No se puede negar que las drogas son una presencia real y tangible en la sociedad de hoy. El uso indebido de drogas constituye un tema de creciente alerta para todos los que trabajan, de una u otra manera, con adolescentes y con jóvenes y también para la familia. De la misma manera, resulta un dato concreto de nuestra realidad cotidiana el aumento del tráfico de drogas como también del consumo de las mismas, hecho constatable sobre diversas sustancias, tanto legales como ilegales. Sin embargo, también es cierto que estos datos concretos sirven de coartada para planteos que buscan, en nombre de la salud, suprimir libertades y derechos.
Es obvio que no es admisible que alguien esté a favor, o favoreciendo, la destrucción de la salud bio-psico-social de las generaciones más jóvenes. Pero resulta ser una visión simplista el atribuir todos los males sólo a las drogas. Nos es preciso reflexionar sobre complejas condiciones sociales a las que es factible atribuir el fomento de diversos tipos de conductas inmediatistas; conductas que implican un descuido de los adolescentes y jóvenes, donde ellos son expuestos o se exponen a situaciones de riesgo. La falta de proyectos individuales o sociales de largo alcance, la falta de posibilidades de incluirse constructivamente en la gestión del futuro o en las estructuras que la sociedad dispone para la realización de los individuos son algunos de los temas acuciantes de este presente. Un presente en el que los jóvenes y los adolescentes se ven sometidos a la crisis que genera la pobreza o un mercado laboral sin muchas perspectivas, con la dura exclusión que para muchos se asoma luego de las promesas muchas veces incumplidas de la escuela. El resultado es una situación poco favorable a una realización que se avizore como posible, para estas jóvenes generaciones de ciudadanos.
Insistimos en que las drogas están cada vez más presentes en la vida cotidiana de amplios sectores de nuestra sociedad. Sin embargo, decir esto es decir las cosas por la mitad. Cuando las opiniones son simples generalizaciones sobre el tema y se suceden sin demasiadas consideraciones ajustadas a tan compleja problemática contribuyen, más que a resolver el problema, a su confusión y oscurecimiento. Una de esas opiniones, en muchos casos reflejo de honestas preocupaciones, ejerce lo que se ha denominado una “demonización de la sustancia”.
Mediante esta operación, se coloca toda la fuerza plausible de activar la dependencia únicamente en la sustancia que se incorpora y se desvía la atención hacia un terreno confuso, donde se convierte al sujeto en un simple derivado del objeto con el que se relaciona. De este modo, se ha transformado al sujeto en un curioso “objeto de la droga”. Se encienden todas las alarmas contra la ingesta y hasta el sólo contacto con las drogas, como si esto bastara para generar un adicto. Entonces, a partir de una preocupación necesaria y legítima, se pasa a un conjunto de restricciones: “no salgas, no te relaciones con tales o cuales, evitá el contacto con…”; en fin, imperativos morales estrictos que pasan privilegiada o exclusivamente por la prohibición y no por el fomento de la responsabilidad. Los que trabajan con adolescentes y jóvenes saben cuál es el efecto de muchas de estas prohibiciones tenaces cuando provienen de los adultos: justamente el efecto contrario del que verdaderamente se busca.
La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) postula a los adolescentes como ciudadanos, es decir, como sujetos que tienen derechos y responsabilidades, que merecen protección y garantías, que se supone que gozan del respeto de su propia autonomía, una autonomía que se hace preciso fomentar a medida que ellos crecen, como base del aprendizaje constante que conformará a los futuros ciudadanos adultos, como un conglomerado de valores que no puede afianzarse si no se lo hace sobre un suelo de comprensión, escucha y diálogo.
El carácter directivo y moralizante de muchos mensajes que circulan por los medios de comunicación social en relación con la cuestión de las drogas, en general, infantiliza a los adolescentes y jóvenes “minorizándolos” como sujetos incapaces de resolver situaciones íntimamente relacionadas con sus propias vidas. Y es por ello que la supuesta defensa de un derecho, el de la salud, muchas veces termina recortando el ámbito de otros derechos, derechos que son de igual importancia que el derecho a la protección de la salud. Por lo tanto, plantear específicamente la cuestión de apuntar a desdemonizar la sustancia, dando un lugar central a las personas y su responsabilidad en el cuidado de la salud,  fijando otras estrategias más indirectas de intervención son acciones que pueden contribuir a tratar el problema, sin restringir los derechos de los que gozan los jóvenes y los adolescentes, ciudadanos con derechos y responsabilidades.
Para ejercer el derecho a la salud hay que estar informados y tener espacios en los que se puedan formular todas las preguntas necesarias; compartir lo que sabemos y lo que no sabemos; expresar lo que nos preocupa y lo que pensamos. Ese es el mejor programa de prevención.
La educación y la promoción de la salud van mucho más allá de las prohibiciones. Lo importante es que los jóvenes y adolescentes tomen conciencia de que cada uno es un sujeto de derecho y que, por lo tanto, tiene derecho a valorarse y a ser valorado como persona y como parte de un grupo social. Y que parte importante de esa valoración es la de la propia salud.
Los factores protectores de la salud son capacidades que mejoran las respuestas de la persona ante una situación de peligro.
A estos factores protectores también se los llama conductas resilientes.
La resiliencia es la capacidad del ser humano de manejar la adversidad y de ser incluso fortalecido por ella. Esta capacidad no es hereditaria, sino que se aprende y se construye. Es la capacidad que permite a una persona, grupo o comunidad, minimizar o sobreponerse a los efectos nocivos de la adversidad y a partir de ella fortalecer sus vidas.
Para el cuidado de la salud desarrollamos habilidades protectoras, es decir que fortalecemos nuestras capacidades resilientes, por ejemplo mediante la introspección (reflexión sobre los propios pensamientos y sentimientos).


Shalom, Héctor y otros. Los jóvenes y sus derechos. Saber para actuar, exigir y denunciar. Lugar Editorial. Ministerio de Educación. 2004. P. 58-63.